Todas las guerras, una sola guerra

Juan Facundo
4 min readNov 2, 2021

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Publicado originalmente en DotParkerMag en diciembre del 2020.

Será el encierro, lo laxo del tiempo o el miedo. Los días eternos, esos que pasaron sin darnos cuenta. La muerte latente, propia y ajena. El pantano de barro y mierda en el que se transformó la vida. Serán los fantasmas, las inseguridades, lo borroso del futuro y lo difícil del ahora, pero cuando miro a la nebulosa hostil que fue este año, no recuerdo un solo disco que haya salido y me haya interpelado. Recuerdo, sí, un puñado de esos que, en estos tiempos anhedónicos, me conmovieron y principalmente me hicieron compañía. Y recuerdo uno en especial, ese que quizás propone un ejercicio o una expresión de deseo por su objetivo imposible: A Deeper Understanding, un entendimiento profundo, ese álbum de The War on Drugs.

Una vez conocí a un hombre con la espalda rota”, canta Adam Granduciel en “Pain”. “Tenía el miedo en sus ojos y lo pude entender. No podía estrechar su mano sin quebrarlo”. Y así es como atravesamos el ostracismo: desguarnecidos, a punto de destruirnos y con miedo del punto de no retorno de esa fragilidad. El quinto álbum del grupo es un cúmulo de hermosas melodías del rock más clásico que muestran a un tipo que sangra sobre las canciones, porque allí encontró refugio. A Deeper Understanding narra el dolor de lo que no fue y la nostalgia anticipada de lo que podría ser. Muestra también a un Adam Granduciel probándose el saco de la canción americana, hermanado con un pulso cercano a Bruce Springsteen, Neil Young o a un Bob Dylan moderno, y todo eso con un sabor etéreo.

Desde que me fui de la casa de mis padres, hace 13 años, jamás la extrañé. Pero esta incertidumbre inédita nos obliga a buscar resguardo en donde nos sentimos a salvo: las amistades, el amor, la familia. Y, claro, un lugar conocido. Cuando publicaron el single adelanto del disco, allí por principio del 2017, el tema elegido fue uno de 11 minutos llamado “Thinking on a Place”. Encerrado en un dos ambientes que cada mes se hace más y más chico, ayudado por el alcohol que cada vez se hace más y más abundante, mi cabeza buscó guarida en los recuerdos felices o en esos donde no había peligro. “Estoy pensando en un lugar y se siente tan real”, canta. Y yo también pensé en uno y lo sentí vivo, cercano. Tal como en la canción, me vi, como Granduciel, caminando por unas playas, en mi caso de Comodoro Rivadavia, de noche, con gaviotas sobrevolando el agua y la luna reflejándose en el mar. Pero, a diferencia de lo que él cuenta en ese tema, la noche ahora me da miedo.

Quizás, como este texto, las canciones del disco sean palabras en voz alta que Adam Granduciel se dice a sí mismo. “Puedes ser libre, a veces valiente. A veces todo lo que quieres hacer es huir”, dice en “You don’t have to go”. “No necesito la maldición, el dolor es demasiado real. ¿Estamos perdidos? Sí, lo sé, es difícil esta vez”. Y vaya si es difícil esta vez. Y lo es por el contexto, porque no hay a dónde huir, lo es por la incertidumbre, lo es por el miedo, por la soledad. Lo es por la muerte. Por lo lejos de la familia. Lo es porque algunos se fueron sin despedirse y con otros el abrazo se hace esperar.

En El Arte de la Guerra, Sun Tzu enseña que todo está basado en el engaño. El estratega chino explica cómo someter al enemigo, cuándo atacar y cuándo no y cómo desgastarlo. Lo que no enseña es cómo hacer cuando el enemigo y la guerra es con uno mismo. Sin embargo, A Deeper Understanding es un halo entre esa oscuridad. Una especie de tregua, un recorrido nocturno por misterios que no tienen respuesta. ¿Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance? ¿Dónde equivocamos el camino? ¿Debo castigarme así? ¿Nos salvará el amor? “Te encontré en una habitación mirando hacia la luz. He estado así toda la noche. ¿Esta es la vida que estamos viviendo?”, canta en “Chains”.

Lo opresivo del dolor contrasta con lo inmenso de los paisajes que sus canciones intentan pintar. “Up All Night”, el tema que abre el disco, tranquilamente podría musicalizar una ruta frente a lo gigante de la meseta y el desierto patagónico. Y allí es donde intenté verme para escaparle a la rutina infinita, al bucle en el que estamos metidos, a la falta de aire. De esa forma, el disco fue compañía y un abrazo fraternal, se transformó en un lugar seguro en sí mismo y le di play una y otra vez, porque la soledad obligada reaviva recuerdos que quizás estaban agazapados, detalles sin importancia que toman trascendencia. Mi llegada a la banda también tiene que ver con este pulso y la amistad. Alguna tarde de vinilos en la radio, un compañero -hoy amigo- lo puso sobre la mesa y dijo que era su banda favorita. Recuerdo el impacto de esa primera escucha, el hechizo instantáneo de las capas de sintetizadores y cómo me intrigó la voz de Granduciel.

Con el paso del invierno intentamos dejar atrás el sabor de las malas noticias. Las lluvias del verano platense quizás lleguen para lavar las penas o quitarnos de encima todas las incertidumbres. La incógnita se mantiene en cómo volver al mundo en tiempos donde las balas siguen picando cerca. Cuando nos atacan, según Sun Tzu, hay que acallar las voces, borrar las huellas, esconderse de los fantasmas y espíritus y mantenernos invisibles para todo el mundo. La forma será hacer las paces con uno mismo, castigarnos menos, quitarnos los miedos y dejar de pensar en cómo se nos vino encima el futuro, uno que no esperábamos. Como Granduciel dijo en “Holding on”, donde deja el pasado atrás para comenzar a mirar hacia adelante: corazón o esperanza.

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Juan Facundo

Periodista musical patagónico que vive en La Plata. Publicó en Rolling Stone, Silencio, elDiarioAr y más. Está en Mega 98.3