Teófilo Páez, el temible pegador puntano y el valor de la palabra

Juan Facundo
6 min readSep 10, 2021

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Cuando la voz del estadio Luna Park presentaba su nombre, previo a las peleas de fondo que protagonizaba, Teófilo Páez caminaba al ring con una tranquilidad absoluta. En el trayecto hasta el cuadrilátero se tomaba el tiempo para frenar, charlar y saludar a algún conocido que pudiese ver entre la gente y la oscuridad del lugar. “Cuando ya eran grandes, una vez le pregunté a mi mamá si no se ponía nerviosa de que papá peleara y que le peguen”, cuenta Ana María, la más chica de los cuatro hijos que tuvo. “No, si toda la vida ganó”, le respondió. Y justamente, en septiembre de 1948, el combate frente a Adolfo Cruz lo ganó por knock out en el primer round. Pero, aunque luego tuvo por delante casi 10 años de carrera profesional, esa pelea fue la última en el mítico estadio porteño.

Teófilo Páez, el Negro, nació en diciembre de 1918 en Naschel, provincia de San Luis. Era alto, de brazos largos, buen mozo, piel trigueña y la nariz aplastada, como todo boxeador. En el campo, cuando tenían entre 12 y 13 años, junto con su hermano Pascual repartían leche entre vecinos. Siempre, al terminar su trabajo, por un motivo o por otro, terminaban a las piñas. Los dos eran bravos, pero Teófilo ya demostraba que era un púgil nato. Tiempo después, los hermanos Páez comenzaron a mudarse desde el campo hasta Capital Federal. María, la mayor de los 12 hermanos, fue la primera. De Naschel a Palermo, directamente. Teófilo llegó a la ciudad con 23 años y en el mismo barrio se anotó en el club donde comenzó a boxear.

Con todos los hermanos ya instalados en Buenos Aires, los domingos era el día en el que, por tradición, se juntaban a comer y compartir. Todos los años, llegado junio, traían animales desde San Luis y cada hermano se hacía cargo de engordar uno para aportar a los banquetes familiares de fin de año. Zoila, una de las hermanas del Negro, fue la primera en casarse y tener una hija, Elena. Y a ella, la primera sobrina, le daban un silbato y la responsabilidad de arbitrar las peleas que Teófilo y Tata tenían después de comer. “Cuando veas que se pegan mucho, tocá el pito”, le decían. “Pero yo no tocaba nunca”, recuerda Elena entre risas. Años después, Teófilo se mudó a Devoto y desde allí iba corriendo hasta Palermo para entrenar. “Hasta los 50 años solo tomaba leche y comía carnes y frutas”, cuenta Ana María. “Además, toda la vida hizo tres días de ayuno al mes: solo agua y fruta”.

Teófilo peleaba como peso mediano, rondaba los 67 kilos, y principalmente era un gran pegador. Como amateur llegó a Campeón Rioplatense y ese mismo año, en 1942, participó en un festival de boxeadores aficionados que el Royal Boxing Club organizó en el Luna Park. “Intervendrán en los combates jóvenes y promisorias figuras”, decía un aviso en el diario El Mundo junto a una caricatura del Negro. “El flamante campeón rioplatense de peso medio mediano, Teófilo Páez, enfrentará a Mario Ferrari. Este match promete resultar intensamente disputado, dado el fuerte golpe del primero y la reciedumbre de Ferrari”. Tres años después, el 18 de agosto de 1945, Teófilo finalmente hizo su debut como boxeador profesional justamente en el Estadio Luna Park. La pelea fue frente a Jorge Sosa y Teófilo ganó por knock out.

En su segunda pelea, en septiembre del mismo año, Teófilo se enfrentó a Jorge Carcelle. Ese combate, según el contrato firmado por Ismael C. Pace en representación de la Empresa Stadium Luna Park Pace y Lectoure, le valió $100 a cada peleador. Y Teófilo ganó por puntos. Las peleas continuaron, comenzaron sus viajes al interior de la provincia como profesional y sus presentaciones en el estadio de la calle Bouchard fueron cada vez más frecuentes. Sobre el ring porteño se enfrentó a Alfonso Carinci, Reynaldo Buides Mora, Sebastián Romanos y Kid Cachetada. Les ganó a todos y, para 1947, Teófilo era considerado uno de los mejores de su categoría en el país. Los diarios lo dibujaban empuñando un martillo de KO, lo llamaban “el hombre de los knock outs impresionantes”, el “recio púgil puntano” o el “temible puncher”.

Sin embargo, ya con unos años de Perón en la presidencia, para 1948 se desarrolló una huelga de boxeadores en protesta contra Ismael C. Pace y Pepe Lectoure, tío del famoso Tito Lectuore y el primer gran ídolo del boxeo argentino, aquellos que habían fundado el estadio Luna Park en 1931 donde hoy se encuentra el Obelisco que luego mudaron a donde se encuentra actualmente y quienes se encargaban de organizar las peleas. “Como Perón ampliaba derechos de la mayoría de los trabajadores, un grupo de veintitrés preliminaristas y semifondistas del Luna Park creyó que su reclamo por un aumento salarial tantas veces silenciado ahora podía tener eco. Exigían mejores pagos para tantas piñas”, cuentan Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón en el libro Luna Park: El estadio del pueblo, el ring del poder (2017 — Sudamericana). “Un semifondista cobraba nada más que 100 pesos por pelea, de los cuales 25 eran para su mánager. Los preliminaristas, el escalafón más bajo de la pirámide, recibían 70 y cedían 17,50. La paga era miserable”.

De esta forma, el grupo de boxeadores organizó una huelga para forzar una negociación y llegaron a repartir panfletos en cada pelea con la intención de generar adhesión por parte del público. Sin embargo, como respuesta a su medida, Pace y Lectoure expulsaron a Carlos Alonso, Jesús López y Ángel Chiarlini, el grupo de peleadores que lideraban la protesta. “Así interpretan nuestras necesidades los que se han enriquecido con el sudor y la sangre de tanto boxeador argentino. Frente a este incalificable atropello cometido contra pacíficos y honrados profesionales que nos hemos unido con el fin de conseguir una justa mejora, respondemos ahora, más unidos que nunca, que nadie de nosotros subirá al ring hasta tanto reincorporen a nuestros compañeros y se solucionen nuestros problemas”, decía uno de los volantes que repartían. Entre esos que anunciaban no volver a subirse al ring estaba Teófilo. “Mi papá nunca se arrepintió de no haber regresado al Luna Park”, dice Ana María. “Siempre consideró que había sido el único que no se había vendido”.

Después de la huelga, alguien apareció y le hizo un ofrecimiento para ir a pelear a Estados Unidos. Pero como ese trato no incluía a Márquez, su mánager, Teófilo no aceptó la propuesta para serle fiel a su compañero. Desde ese momento, imposibilitado para pelear en Buenos Aires, ya que Lectoure y Pace controlaban todo el boxeo profesional de la ciudad, el Negro comenzó a viajar mucho más por el interior y países limítrofes para construir y continuar su carrera lejos de Capital. “A Páez le bastaron unos cuantos golpes aplicados con fuerza y justeza al estómago y la mandíbula para abatir a nuestro compatriota al promediar la tercera vuelta”, decía un diario de Asunción después de la pelea entre Teófilo y el paraguayo Raúl Rivas en octubre de 1950. Y peleas como esa lo llevaron por Mendoza, San Juan, Salta, Montevideo, Corrientes, Chaco, Santiago de Chile, Comodoro Rivadavia, La Rioja, San Miguel de Tucumán y tantos más. En su carrera profesional, hasta retirarse en 1956, el Negro peleó un total de 82 combates, ganó 48, perdió 26 y empató 8.

“Cuando dejó de pelear pusieron con mi mamá un almacén rotisería en Caseros que se llamaba El Boxeador”, recuerda Ana María. “Cuando se terminó ese negocio entró como obrero calificado al diario El Mundo y después al diario Crónica hasta que se jubiló, trabajaba en la parte operativa”. “En la época de Nicolino Locche o Carlos Monzón, esas grandes veladas de boxeo de Buenos Aires, toda la familia se juntaba para verlas con él y obviamente que relataba y hacía comentarios”, recuerda Ana María. “Nunca le pregunté si extrañaba boxear”.

Con el tiempo, Teófilo se convirtió en un hombre de pocas palabras, calmo, respetuoso y bueno. Los recuerdos de su carrera de boxeador, recortes de diarios y contratos, los guardó prolijamente en unas cajas de madera que abría para contarles historias a sus tres hijos varones, hermanos y sobrinos, todos a los que les enseñó a pelear. “Lo único que tiene un hombre es su buen nombre y honor”, repetía Teófilo como un mantra o enseñanza de cabecera. Y respetar esa decisión, la que él mismo tomó y lo marginó de las luces del Luna Park en su mejor momento, marcó a fuego el suyo.

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Juan Facundo

Periodista musical patagónico que vive en La Plata. Publicó en Rolling Stone, Silencio, elDiarioAr y más. Está en Mega 98.3